domingo, 24 de febrero de 2008

Editorial

En el vacío el eco es inminente. Un precipicio necesita un grito que lo haga evidente, un cuarto vacío, un descampado, una hoja sin renglones.
El vacío enfatiza el propio vacío.
Se eligen minuciosamente los objetos, sus posiciones, y se comienza a crear la presencia. Una lámpara en la esquina de la habitación para que no parezca tan grande, un árbol en el fondo, las palabras en la hoja. Silencio; fenómeno que por el simple hecho de nombrarlo desaparece.
Es dificultoso llenar el vacío con objetos; uno luego los puede cambiar, claro, pero la idea es que el vacío tenga un orden. El ocupar un lugar aspira a la permanencia y no al caos. Pero qué tentador es salirse del margen, dormir dos minutos más después que sonó el despertador, ir al lugar equivocado en el momento equivocado, dibujarle una sonrisa al garabato que descansa en ese folleto, romperle un borde a la caja de cigarros, cambiar el camino para ir a trabajar y perderse, cambiar los muebles de lugar.
EL BOULEVARD es eso. Reordenar el vacío. Salirse del margen de esta casa de papel, en donde los muebles pueden moverse, observar por la mirilla de esos lugares que no reciben a muchos ojos. Esta publicación no intenta ser una casa de lujo, sino que proyecta registrar historias de un cuarto de hotel, por donde pasan todo tipo de personas, turistas con sus maletas, sus cachivaches que a veces olvidan y aquellos artículos que se llevan como recuerdo de su estadía. Pero dejan su huella en el Boulevard. Los transeúntes por aquí no pasan desapercibidos como meros forasteros. Ya lo dijo ese poeta sevillano: “Todo pasa y todo queda”, desde lo cotidiano hasta lo inaudito, desde personajes conocidos de la actualidad, hasta seres que para algunos son hologramas. Esas historias quizás queden en ese cuarto, pero al mirar por la ventana está el Boulevard, arropando sus miradas perdidas.
El Boulevard es una hoja, por la que transitan millones de personas por día. En la mañana, horarios de oficina, noticias que se mueven de redacción a redacción; en la noche, tantas cosas.
El Boulevard es escrito por el tránsito, se forman figuras a lo largo de su cuerpo. Nadie conoce los secretos y los atajos más que él. A dónde quiere llegar, qué quiso decir con eso, cuál es la formula para desafiar su estilo y volverse un constructor de sentido. Las palabras no lo dicen todo. Hay más costados ocultos en el escribir que en un monumento alquimista.
EL BOULEVARD propone una mirada desde la calle de enfrente, otra visión de las cosas que suceden, de las cosas que existen pero que son miradas desde el mismo lugar cientos de veces al día, como si lo tridimensional fuera una mentira.
Historias del pasado que están guardadas en un baúl, imágenes icónicas de la ciudad desde otra perspectiva, análisis sobre situaciones cotidianas, entrevistas múltiples, reportajes, ficción, fotografía, y tantas otras cosas...
Las calles de aquel viejo boulevard, el boulevard de los sueños rotos, Boulevard Sarandí, el “Dirty Boulevard” de Lou Reed, varias ideas se remontan a nuestra memoria, tantos lugares, muchos caminos. El transeúnte que circula solo mira, camina y dibuja senderos por el viejo Boulevard por donde luego pasaran otros que continuarán su andar.
EL BOULEVARD no desea mostrar la otra cara de la moneda, sino delinear el filo que une a ambos lados de la misma. Es un grito, que desea con ansias hacer evidente que el espacio existe, los muebles también, solo se necesitan manos dispuestas a moverlos y armar un espacio donde las palabras se sientan a gusto.

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